RECORREMOS LAS CIUDADES de Columbus y Bloomington, visitando un campus universitario y un templo tibetano
Se nos hizo muy tarde cuando entramos en Indiana, así que en contra de nuestra costumbre llegamos casi a media noche a un camping perdido entre de campos de maíz y junto a una base militar. Indiana fue uno de los estados que decidimos atravesar sin dedicarle mucho tiempo, pero nos llevamos una idea de la vida tranquila del interior de EEUU con los retazos de un par de ciudades en un sábado muy bien aprovechado.
La primera ciudad que visitamos por la mañana fue Columbus, una pequeña población situada al sur de Indianapolis, la capital del estado. Aunque hay otras Columbus en EEUU más grandes y conocidas, ésta se caracteriza por su extraordinaria arquitectura y elegante diseño urbano. Aunque no esperábamos entretenernos viendo edificios, nos sorprendimos con la oferta cultural y de entretenimiento que encontramos en esta tranquila ciudad un fin de semana cualquiera. Y es que si nos ponemos a pensar, ¿en qué pueden ocupar su tiempo los habitantes de una ciudad pequeña y apartada para romper la monotonía? Pues en Columbus saben como hacerlo y nosotros lo disfrutamos un montón.
Lo primero con lo que nos encontramos fue con una exhibición de coches antiguos, que circulaban por la ciudad y se estacionaban ordenadamente en una de las calles principales. Posamos junto a coches americanos enormes, clásicos, como sacados de una película de mafiosos de los años 20 o un thriller de James Dean. Orgullosos como si nosotros mismos los hubiéramos lavado y encerado. En la calle perpendicular lucía una enorme fila de motos clásicas con modelos de Indian y Harley Davidson que daban ganas de subirse en una y recorrer las eternas carreteras de EEUU en plan Easy Rider total. Lo malo es que tendríamos que volver luego a por Nahuel, así que decidimos posponer ese plan para otra ocasión.
Para los más pequeños —y algunas madres más entusiasmadas que sus pequeños— había un taller para teñir pañuelos con elementos naturales: cúrcuma para el amarillo, índigo para el azul y cochinilla para el rojo. También una exposición de motores antiguos y objetos nunca antes vistos por nosotros como una máquina para pelar las mazorcas de maíz.
Estuvimos tan entretenidos que se nos pasó la mañana sin darnos ni cuenta, y pusimos rumbo a nuestro segundo destino del día, la ciudad universitaria de Bloomington. Por ser mediados de diciembre coincidía con el comienzo del año universitario, porque en lo único que vimos ocupados a los estudiantes era en hacer fiestas e ir de bares. Al ser la principal universidad estatal, la mayoría de los alumnos vienen desde otras ciudades a estudiar a Bloomington y residen en colegios mayores —y mientras los padres encantados teniendo a sus hijos ocupados y lejos de casa durante unos añitos. Ahí descubrimos el concepto de las “fraternidades”, clubes cuyos nombres se componen de letras griegas (e.g. Phi Lambda Epsilon, Phi Chi Gamma, etc) que básicamente sirven como excusa para montar guateques, hacer amigos y encerrarse por parejas en armarios. Algunos hasta hacen voluntariados y tienen pruebas de acceso. Los que vimos nosotros parecían un macrobotellón con música de dudosa calidad de fondo. Muy americano todo.
Jaranas aparte, el campus universitario es precioso: con edificios nobles y cuidados jardines es una delicia pasear a la sombra fresca de los árboles o sentarse a leer un libro. Daban ganas de volver a estudiar. El resto de Bloomington no ofrece mucho más —a no ser que tengas 20 años y ganas de beber a las cuatro de la tarde— pero a las afueras de la ciudad y sin venir a cuento se encuentra uno de los centros tibetanos más importantes del país.
Fundado por el hermano del mismísimo Dalai Lama, el Tibetan-Mongolian Buddhist Cultural Center es un oasis budista en medio de la cogorza general universitaria. Ubicado en un tranquilo bosque lejos de la algarabía estudiantil, los monjes tibetanos imparten sesiones de meditación y enseñanzas budistas. Un monje muy amable y paciente nos abrió las puertas del monasterio y nos mostró los tesoros y obras de arte la sala principal. Después paseamos por los jardines bajo banderas de oración multicolor y estatuas de Buda. Y con esa paz y ya atardeciendo, alineados nuestros chacras, emprendimos otra jornada nocturna de autocaravana rumbo al oeste. Tres estados nos separaban de nuestro objetivo: el Parque Nacional de Badlands, en Dakota del Sur.
Nombre del post: «Indiana: un estado, dos ciudades, tres historias»
Pernoctas: Johnson Country park (mapa)
Canción del día: Born to be wild – Steppenwolf
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